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jueves, 15 de abril de 2010

Y cómo hacemos los que no creemos?

¡Cómo me gustaría tener fe! sería hermoso poder gozar de ese maravilloso regalo divino, me llevaría directamente a una fraternal comunión con millones de compatriotas que si no han cambiado de posición montañas es simplemente porque no les apetece, pero han cambiado otras cosas.
Por ejemplo, gracias a la fe en la seguridad democrática, al disenso y la crítica y las volvieron terrorismo; a los esfuezos por liberar secuestrados y construir condiciones para una salida negociada al conflicto, la convirtieron en "traición a la patria". Bastó un poquito de fe para que una computadora común y corriente se convirtiera en todo un oráculo al cual acude el procurador cada que necesita organizar una nueva y espúrea investigación. Solo se necesita un poco de fe para que los falsos positivos que comprometieron a el exministro de defensa Juan Manuel Santos, se conviertan en demostraciones del compromiso del gobierno para depurar las fuerzas militares de miembros indeseables.
Pero yo no tengo fe, desafortunadamente no creo en el modelo de Estado Narco-Paramilitar-Mafioso que algunos se atreven a llaman "uribismo", ni en sus Santos, ni en sus Arias de alabanza. Y es me es imposible decir que el país ha mejorado en 8 años porque la miseria esta ahí, la corrupción también, la "politiquería" también; el aumento del número de soldados y policías, así como el inmenso gasto del Estado en "seguridad" no se compadece con los pírricos resultados obtenidos. La violencia, sus actores, sus móviles, siguen ahí, donde estaban, creciendo, nutriéndose, destruyéndonos.
En la nueva fe de Colombia, la guerrilla y los guerrilleros (abiertos o disimulados) son los responsables de todos los males del país. Ese dogma tampoco lo puedo creer porque pienso que no estar de acuerdo con el gobierno y sus métodos no convierten a alguien en guerrillero, en infiltrado, en traidor a la patria, en paria, en terrorista.
Ahora que el pontífice de esta nueva fe entra a uso de buen retiro, la disputa por la sucesión se convierte en un espectáculo entre macabro y ridículo en el cual solo queda claro que es necesario perseguir a los impíos, hallarlos, procesarlos, organizar autos de fe, masacrarlos.
Y frente a ese panorama en las noches o las mañanas en las que leo la prensa frente a mi computadora no saben cuantos deseos siento de tener esa fe, de creer todas esas cosas que dicen los medios, de engullirme cuanto hueso me lance la oficina de prensa del palacio de Nariño, de procurarme una nueva inyección de odio y parroquialismo. Para mi desgracia, el mundo sigue ahí, ineludible, implacable

domingo, 7 de marzo de 2010

Tambores

He visto a un hombre golpear un cuero en el metro de Nueva York. El ritmo estaba cargado de cosas, como un puño levantado contra el cielo. Recordé al oirlo la razón que llevó a un cmapesino de Florencia a tocar las campanas de su aldea, era ese mismo impetu, esa misma necesidad de comunicarse, de decir, de gritar, de informar sobre un hecho catastrófico, la muerte de la justicia.


Se trata de "The Visitor", pelicula dirigida por Thomas McCarthy se enfoca en el problema de la inmigración y el desarraigo desde la óptica del intruso, de quien ha construido su vida en un lugar que no le pertenece y que luego es expulsado sin miramientos.


Desde alli se hace la crítica de un sistema de inmigración que pasa por encima de cualquier nocion de justicia y que no puede ser juzgado más que como absurdo. El miedo al inmigrante, en particular si proviene del medio oriente, parece haber llegado casi al nivel de la paranoia colectiva, pero su origen no es desde luego una simple causalidad, ni que decirlo.


A todas estas, al final de la pelicula me he quedado pensando en el zapatazo que reseñaba ayer y en el tipo que desde Florencia toca a muerte por la justicia y me queda la sensación de que es preciso detenerse, dejar de lado la cotidianidad, hacer una pausa, respirar profundamente y llamar las cosas por su nombre, sin importar cual sea este. Hacerse oir, hacer que los otros vean que no estan solos, que hay otros que comparten su dolor y su pesar. Y que se unan los tambores, o las campanas, o los zapatos, es momento de decir, de hacerse oir.

sábado, 6 de marzo de 2010

Sobre la altivez

Apenas ayer vine a saber que en la ciudad de Barranquilla una mujer quizo darle un zapatazo a un candidato presidencial. Se lo merecía desde luego, pienso yo desde la silla en la que me siento a ver pasar el mundo. Pero además de eso y mucho mas importante ha sido la mujer, Leyda Delgado, quien quizo hacer saber lo que pensaba, quizó que por un segundo las cámaras dejaran de apuntar a la sonrisas y las palabras previamente ensayadas, y se orientaran a ella, a esa sencilla docente que probablemente recoge la tristeza y el dolor de miles de colombianos, de ciudadanos normales a quienes nos duele ver que alguien como Andrés Felipe Arias tenga la desfachatez de presentarse a la opinión pública como candidato a la presidencia.


Si esta altivez se mantuviera, ¿cuántos candidatos de las presentes elecciones recibirian zapatazos de sus electores en cada gira?, o tomatazos, o naranjazos o lo que sea que se pueda lanzar para detener esta oleada de cinismo que con más vigor que nunca ha colmado la escena publica en Colombia.


Me quedo con el gesto sencillo de esta mujer, con su coraje, con su desparpajo y con una frase suya, "en las mismas circunstancias, sí lo voveria hacer".